viernes, 29 de mayo de 2009

Disculpen la molestia

Por Eduardo Galeano

Quiero compartir algunas preguntas, moscas que me zumban en la cabeza.
¿Es justa la justicia? ¿Está parada sobre sus pies la justicia del mundo al revés?
El zapatista de Irak, el que arrojó los zapatazos contra Bush, fue condenado a tres años de cárcel. ¿No merecía, más bien, una condecoración?
¿Quién es el terrorista? ¿El zapatista o el zapateado? ¿No es culpable de terrorismo el serial killer que mintiendo inventó la guerra de Irak, asesinó a un gentío y legalizó la tortura y mandó aplicarla?
¿Son culpables los pobladores de Atenco, en México, o los indígenas mapuches de Chile, o los kekchíes de Guatemala, o los campesinos sin tierra de Brasil, acusados todos de terrorismo por defender su derecho a la tierra? Si sagrada es la tierra, aunque la ley no lo diga, ¿no son sagrados, también, quienes la defienden?
Según la revista Foreign Policy, Somalia es el lugar más peligroso de todos. Pero, ¿quiénes son los piratas? ¿Los muertos de hambre que asaltan barcos o los especuladores de Wall Street, que llevan años asaltando el mundo y ahora reciben multimillonarias recompensas por sus afanes?
¿Por qué el mundo premia a quienes lo desvalijan?
¿Por qué la justicia es ciega de un solo ojo? Wal Mart, la empresa más poderosa de todas, prohíbe los sindicatos. McDonald’s, también. ¿Por qué estas empresas violan, con delincuente impunidad, la ley internacional? ¿Será porque en el mundo de nuestro tiempo el trabajo vale menos que la basura y menos todavía valen los derechos de los trabajadores?
¿Quiénes son los justos y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?
¿Por qué son intocables las cinco potencias que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas? ¿Ese derecho tiene origen divino? ¿Velan por la paz los que hacen el negocio de la guerra? ¿Es justo que la paz mundial esté a cargo de las cinco potencias que son las principales productoras de armas? Sin despreciar a los narcotraficantes, ¿no es éste también un caso de “crimen organizado”?
Pero no demandan castigo contra los amos del mundo los clamores de quienes exigen, en todas partes, la pena de muerte. Faltaba más. Los clamores claman contra los asesinos que usan navajas, no contra los que usan misiles.
Y uno se pregunta: ya que esos justicieros están tan locos de ganas de matar, ¿por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia social? ¿Es justo un mundo que cada minuto destina tres millones de dólares a los gastos militares, mientras cada minuto mueren quince niños por hambre o enfermedad curable? ¿Contra quién se arma, hasta los dientes, la llamada comunidad internacional? ¿Contra la pobreza o contra los pobres?
¿Por qué los fervorosos de la pena capital no exigen la pena de muerte contra los valores de la sociedad de consumo, que cotidianamente atentan contra la seguridad pública? ¿O acaso no invita al crimen el bombardeo de la publicidad que aturde a millones y millones de jóvenes desempleados, o mal pagados, repitiéndoles noche y día que ser es tener, tener un automóvil, tener zapatos de marca, tener, tener, y quien no tiene, no es?
¿Y por qué no se implanta la pena de muerte contra la muerte? El mundo está organizado al servicio de la muerte. ¿O no fabrica muerte la industria militar, que devora la mayor parte de nuestros recursos y buena parte de nuestras energías? Los amos del mundo sólo condenan la violencia cuando la ejercen otros. Y este monopolio de la violencia se traduce en un hecho inexplicable para los extraterrestres, y también insoportable para los terrestres que todavía queremos, contra toda evidencia, sobrevivir: los humanos somos los únicos animales especializados en el exterminio mutuo, y hemos desarrollado una tecnología de la destrucción que está aniquilando, de paso, al planeta y a todos sus habitantes.
Esa tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo quien fabrica los enemigos que justifican el derroche militar y policial. Y en tren de implantar la pena de muerte, ¿qué tal si condenamos a muerte al miedo? ¿No sería sano acabar con esta dictadura universal de los asustadores profesionales? Los sembradores de pánicos nos condenan a la soledad, nos prohíben la solidaridad: sálvese quien pueda, aplastaos los unos a los otros, el prójimo es siempre un peligro que acecha, ojo, mucho cuidado, éste te robará, aquél te violará, ese cochecito de bebé esconde una bomba musulmana y si esa mujer te mira, esa vecina de aspecto inocente, es seguro que te contagia la peste porcina.
En el mundo al revés, dan miedo hasta los más elementales actos de justicia y sentido común. Cuando el presidente Evo Morales inició la refundación de Bolivia, para que este país de mayoría indígena dejara de tener vergüenza de mirarse al espejo, provocó pánico. Este desafío era catastrófico desde el punto de vista del orden racista tradicional, que decía ser el único orden posible: Evo era, traía el caos y la violencia, y por su culpa la unidad nacional iba a estallar, rota en pedazos. Y cuando el presidente ecuatoriano Correa anunció que se negaba a pagar las deudas no legítimas, la noticia produjo terror en el mundo financiero y el Ecuador fue amenazado con terribles castigos, por estar dando tan mal ejemplo. Si las dictaduras militares y los políticos ladrones han sido siempre mimados por la banca internacional, ¿no nos hemos acostumbrado ya a aceptar como fatalidad del destino que el pueblo pague el garrote que lo golpea y la codicia que lo saquea?
Pero, ¿será que han sido divorciados para siempre jamás el sentido común y la justicia?
¿No nacieron para caminar juntos, bien pegaditos, el sentido común y la justicia?
¿No es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?
Lo mismo ocurre con otro escandaloso caso de negación de la justicia y el sentido común: ¿por qué no se legaliza la droga? ¿Acaso no es, como el aborto, un tema de salud pública? Y el país que más drogadictos contiene, ¿qué autoridad moral tiene para condenar a quienes abastecen su demanda? ¿Y por qué los grandes medios de comunicación, tan consagrados a la guerra contra el flagelo de la droga, jamás dicen que proviene de Afganistán casi toda la heroína que se consume en el mundo? ¿Quién manda en Afganistán? ¿No es ese un país militarmente ocupado por el mesiánico país que se atribuye la misión de salvarnos a todos?
¿Por qué no se legalizan las drogas de una buena vez? ¿No será porque brindan el mejor pretexto para las invasiones militares, además de brindar las más jugosas ganancias a los grandes bancos que en las noches trabajan como lavanderías?
Ahora el mundo está triste porque se venden menos autos. Una de las consecuencias de la crisis mundial es la caída de la próspera industria del automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido común, y alguito de sentido de la justicia ¿no tendríamos que celebrar esa buena noticia? ¿O acaso la disminución de los automóviles no es una buena noticia, desde el punto de vista de la naturaleza, que estará un poquito menos envenenada, y de los peatones, que morirán un poquito menos?
Según Lewis Carroll, la Reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas:
–Ahí lo tienes –dijo la Reina–. Está encerrado en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al final.
En El Salvador, el arzobispo Oscar Arnulfo Romero comprobó que la justicia, como la serpiente, sólo muerde a los descalzos. El murió a balazos, por denunciar que en su país los descalzos nacían de antemano condenados, por delito de nacimiento.
El resultado de las recientes elecciones en El Salvador, ¿no es de alguna manera un homenaje? ¿Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles que como él murieron luchando por una justicia justa en el reino de la injusticia?A veces terminan mal las historias de la Historia; pero ella, la Historia, no termina. Cuando dice adiós, dice hasta luego.*

Recordando a Mario Benedetti

¿Qué pasaría?...
¿Qué pasaría si un día despertamos dándonos cuenta de que somos mayoría?¿Qué pasaría si de pronto una injusticia, sólo una, es repudiada por todos, todos los que somos, todos, no unos, no algunos, sino todos?¿Qué pasaría si en vez de seguir divididos nos multiplicamos, nos sumamos y restamos al enemigo que interrumpe nuestro paso?¿Qué pasaría si nos organizáramos y al mismo tiempo enfrentáramos sin armas, en silencio, en multitudes, en millones de miradas la cara de los opresores, sin vivas, sin aplausos, sin sonrisas, sin palmadas en los hombros, sin cánticos partidistas, sin cánticos?¿Qué pasaría si yo pidiese por ti que estás tan lejos, y tú por mí que estoy tan lejos, y ambos por los otros que están muy lejos y los otros por nosotros aunque estemos lejos?¿Qué pasaría si el grito de un continente fuese el grito de todos los continentes?¿Qué pasaría si pusiésemos el cuerpo en vez de lamentarnos?¿Qué pasaría si rompemos las fronteras y avanzamos y avanzamos y avanzamos y avanzamos?¿Qué pasaría si quemamos todas las banderas para tener sólo una, la nuestra, la de todos, o mejor ninguna porque no la necesitamos?¿Qué pasaría si de pronto dejamos de ser patriotas para ser humanos?No sé... me pregunto, ¿qué pasaría?
.

Mario Benedetti
(Uruguay, 1920)
Nuestro Mario Benedetti
Por Daniel Viglietti

Ante la pérdida de nuestro Mario Benedetti estamos todos consternados, como escribía él cuando la muerte del Che. Nos quedamos sin Mario, pero su pluma nos deja el alma llena de versos sencillos, sencillos en la altura, como aquéllos del cubano José Martí que él tanto admiraba. Y nos deja ramas del mismo árbol fecundo, la novela, el cuento, el ensayo, la obra teatral, el periodismo, la canción. Una pluma mágica y multifacética que generó, sin premeditación, desde todos esos géneros, modelos de conducta, un rigor ético equilibrado con la belleza de lo estético. Como se sabe, ética cabe dentro de la palabra estética, eso nos lo demostró Mario desde su creación. Imposible separar al Benedetti persona de la obra generada, de la página nacida. En ese sentido, Mario es una unidad dialéctica difícil de encontrar en otros territorios de lo cultural.
Todos sabemos que era un ser ejemplar en su modestia, en su auténtica sencillez, en su valiente ternura, en su solidaridad.
Mario no necesita que lo idealicemos porque es un ideal en sí mismo, toda su obra está tocada por un horizonte utópico en que el arriba se inquieta y el abajo se mueve indócil.
Desde su coherencia nos ha enseñado cómo el humor puede ser fértil, cómo el amor y la lucha pueden ser cómplices, cómo la confianza en el hombre, en el otro, en la otra, tiene que anteponerse a toda desconfianza. El creía en el prójimo sin necesidad de mayores pruebas. Creía, sin laberintos, en los otros y los traía cerca. A nadie le cabe duda de que, como en su poema, defendía la alegría a ultranza. Construía puentes de alegría para oponerse a la tristeza y a la muerte. Era un extremista del optimismo y de la esperanza, sin dejar de lado un agudo sentido crítico y una profunda preocupación por la gente. Un hombre, ya lo dijimos, de una modestia ejemplar, que su amigo Eduardo Galeano explica diciendo que Mario Benedetti no se daba cuenta de que era Mario Benedetti.
Los ríos de gente manifestaron su enorme cariño hacia Mario. Fue emocionante ver las largas filas de personas de diferentes generaciones y clases sociales, todo un pueblo subiendo las escaleras de entrada al Palacio Legislativo, llegando hasta las cercanías del cuerpo sin vida del poeta. ¿Sin vida? Su admirado César Vallejo decía: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”. Sin embargo, Mario logra sobrevivir en los demás por lo que ha pensado, por lo que ha escrito. Por lo que ha amado: recordemos a Luz, su compañera de toda una vida, tras cuya muerte Mario empezó a irse de a poquito. Por el cariño hacia su hermano Raúl, a quien tanto protegió siempre. Por la cantidad de amigos que fue abrazando aquí y en tierras lejanas.
Sobrevive en los demás también por su compromiso en la lucha política, antes y durante los años de plomo, cuando entre sus amigos contaba al paso del tiempo con Raúl Sendic, Zelmar Michelini, Líber Seregni.
Su permanente lucha contra la injusticia y la impunidad se manifestó recientemente en su solidaridad con familiares de detenidos-desaparecidos y su apoyo a la campaña por la anulación de la ley de caducidad.
Mario, como persona, se hacía querer con su rostro tierno, su bigote y jopo invencibles, su mirada limpia, su sonrisa que aun en medio de estos períodos de enfermedad afloraba, consolando o agradeciendo a Ariel, su leal secretario, y a los fieles, trabajadoras y trabajadores, que lo cuidaban sin falla.
Déjenme decir que he perdido a un amigo esencial que mucho me enseñó sobre la vida, sobre el arte, sobre la pasión del cambio. Un ser generoso como pocos. En lo cotidiano tendremos que acostumbrarnos a encontrar, en el recuerdo de su amistad, la fuerza y la calidez de su palabra.


Un padre nuestro latinoamericano

Padre nuestro que estás en los cielos
con las golondrinas y los misiles
quiero que vuelvas antes de que olvides
cómo se llega al sur de Río Grande

Padre nuestro que estás en el exilio
casi nunca te acuerdas de los míos
de todos modos dondequiera que estés
santificado sea tu nombre
no quienes santifican en tu nombre
cerrando un ojo para no ver las uñas
sucias de la miseria

en agosto de mil novecientos sesenta
ya no sirve pedirte
venga a nos tu reino
porque tu reino también está aquí abajo
metido en los rencores y en el miedo
en las vacilaciones y en la mugre
en la desilusión y en la modorra
en esta ansia de verte pese a todo

cuando hablaste del rico
la aguja y el camello
y te votamos todos
por unanimidad para la Gloria
también alzó su mano el indio silencioso
que te respetaba pero se resistía
a pensar hágase tu voluntad
sin embargo una vez cada tanto
tu voluntad se mezcla con la mía
la domina
la enciende
la duplica
más arduo es conocer cuál es mi voluntad
cuándo creo de veras lo que digo creer
así en tu omnipresencia como en mi soledad
así en la tierra como en el cielo
siempre
estaré más seguro de la tierra que piso
que del cielo intratable que me ignora

pero quién sabe
no voy a decidir
que tu poder se haga o se deshaga
tu voluntad igual se está haciendo en el viento
en el Ande de nieve
en el pájaro que fecunda a su pájara
en los cancilleres que murmuran yes sir
en cada mano que se convierte en puño
claro no estoy seguro si me gusta el estilo
que tu voluntad elige para hacerse
lo digo con irreverencia y gratitud
dos emblemas que pronto serán la misma cosa
lo digo sobre todo pensando en el pan nuestro
de cada día y de cada pedacito de día
ayer nos lo quitaste
dánosle hoy
o al menos el derecho de darnos nuestro pan
no sólo el que era símbolo de Algo
sino el de miga y cáscara
el pan nuestro
ya que nos quedan pocas esperanzas y deudas
perdónanos si puedes nuestras deudas
pero no nos perdones la esperanza
no nos perdones nunca nuestros créditos
a más tardar mañana saldremos a cobrar a los fallutos
tangibles y sonrientes forajidos
a los que tienen garras para el arpa
y un panamericano temblor con que se enjugan
la última escupida que cuelga de su rostro
poco importa que nuestros acreedores perdonen
así como nosotros
una vez
por error
perdonamos a nuestros deudores
todavía
nos deben como un siglo
de insomnios y garrote
como tres mil kilómetros de injurias
como veinte medallas a Somoza
como una sola Guatemala muerta
no nos dejes caer en la tentación
de olvidar o vender este pasado
o arrendar una sola hectárea de su olvido
y ahora que es la hora de saber quiénes somos
y han de cruzar el río
el dólar y su amor contrarrembolso
arráncanos del alma el último mendigo
y líbranos de todo mal de conciencia
amén.*
Mario Benedetti(Uruguay, 1920)